Con pocos recursos y muchas ganas, mientras trabajaba en una biblioteca restaurando libros antiguos,
abrí mi tienda Casa de Xiva
en compañía de mi tan querido César de Cesaro, que también soñaba con lo mismo.
Por aquellos tiempos aprender a tatuar era durísimo. El
acceso a internet era muy limitado, y
casi no había publicaciones impresas o digitales
sobre tatuajes. En Porto Alegre, como en toda Sudamérica, habían pocos profesionales que se dedicaban a ello. Casi todos
los tatuadores trabajaban solos y no solían tener aprendices. Debido a todo esto,
Cesar y yo hemos empezado juntos siendo autodidactas y nos ayudábamos como podíamos.
Aun así hay que decir que
Verani Fontana, uno de los pioneros del tatuaje en el Sur de Brasil, ha sido un modelo a seguir, desde aquella época y hasta hoy. Y desde la distancia nos prestaba algún auxilio.
Al principio lo tuve muy difícil también por ser mujer. Tener que abrir camino en una profesión que en la época era mayoritariamente de hombres, en una tierra bastante machista, conservadora y cristiana.
Solamente por contextualizar un poco, Porto Alegre ya contaba con más de 1.286.879 habitantes, según el organismo responsable (IBGE), y desde hace mucho ocupa los primeros puestos de producción industrial y rural de Brasil.