Desde el principio de los tiempos, la serpiente está en el lenguaje iconográfico de todos los continentes y épocas. Famosa en los libros más antiguos, al lado de Adán y Eva o con Shiva. Venerada como Uadyet (señora del cielo) en Egipto o Quetzalcóatl (serpiente emplumada) en Mesoamerica. Como una de los doce grandes en la astrología china o poderoso arquetipo para Carl Gustav Jung.
Por su forma de ser, los ofidios siempre provocaran admiración, respeto, miedo y curiosidad. No podía ser diferente. Animales tan bellos que a la vez causan repelús. Tan flexibles y fuertes, que dan la impresión de poder alterar su tamaño, encogiéndose y estirándose, y de ser irrompibles, adoptando distintas formas con sus movimientos sinuosos. Pudiendo camuflarse perfectamente en su hábitat y renovarse cambiando su piel. Capaces de abatir otros animales aparentemente superiores en fuerza y tamaño utilizando el veneno o la constricción, siendo a la vez guerreros y brujos.
Antaño se les atribuían más cualidades de las que tienen, es cierto. Pero para mí, con lo que son en realidad están llenas de magia.
La serpiente es ampliamente representada en tatuajes desde tiempos remotos y suele ser un motivo bastante apreciado por los tatuadores. Por ser tan sinuosa, se adapta perfectamente a cualquier parte del cuerpo.
Puede realizarse en tamaños grandes, con toda la riqueza de detalles o en tamaños pequeños con un dibujo sencillo de pocas líneas. Puede representarse en grises por tener una forma fácilmente reconocible o en diversas combinaciones de colores, a gusto del cliente y del tatuador. Y quedan bien en distintos estilos, sea realista, japonés, old school… las serpientes son realmente un optimo motivo para tatuajes.
Cabe recordar que también son excelentes para cover up. Por todas las razones citadas arriba y por la libertad que puede tener el artista a la hora de aplicar escamas o diferentes texturas al cuerpo de la serpiente. Y si van combinadas con flores u otro elemento secundario, mejor todavía.